Un día un hombre llegó a un lugar
bello pero también misterioso que le llamó mucho la atención. El hombre entró a
aquella colina y caminó lentamente entre los árboles y unas piedras blancas.
Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de este paraíso
multicolor.
Sobre una de las piedras descubrió
aquella inscripción: “Aquí yace Juan Pablo el emprendedor, vivió seis años,
seis meses, dos semanas y tres días”.
Se sobrecogió un poco al darse
cuenta que esta piedra no era simplemente una piedra, era una lápida. Sintió
pena al pensar que un niño de tan corta edad estuviera enterrado en ese lugar,
mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta que la piedra de al lado tenía
también una descripción. Se acercó a leerla, decía: “Aquí yace Teresa Martínez,
vivió ocho años, ocho meses y tres semanas”.
El hombre se sintió terriblemente
abatido. Ese hermoso lugar era un cementerio, y cada piedra, una tumba. Una por
una leyó las lápidas; todas tenían inscripciones similares: un nombre y tiempo
de vida exacto del muerto. Pero lo que más le impactó, fue comprobar que el que
más tiempo había vivido sobrepasaba apenas los ocho años.
Embargado por un dolor terrible, se
sentó y se puso a llorar. El cuidador del cementerio, que pasaba por ahí, se
acercó. “¿Qué pasa con este pueblo?, ¿por qué tantos niños muertos enterrados
en ese lugar?, -le preguntó al cuidador.
El anciano respondió: “Puede usted
serenarse. Lo que sucede es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le
contestaré: cuando un joven cumple quince años, sus padres le regalan una libreta.
Y es tradición entre nosotros que a partir de ese momento, cada vez que uno
disfruta intensamente de algo, abra la libreta y comience a notar en ella: a la
izquierda, qué fue lo disfrutado en los pequeños y grandes detalles; a la
derecha, cuánto tiempo duró el gozo interior, la felicidad, a pesar de las
adversidades”.
“Las tumbas que usted ve aquí, no
son de niños, sino de adultos; y el tiempo de vida que dice la inscripción de
la lápida, se refiere a la suma de los momentos que duró la verdadera felicidad
de cada una de las personas que descansan en este lugar”.
No pierdas la oportunidad, comienza
desde este instante a vivir tu vida de felicidad.
"La Importancia del Saludo"
Cuenta una historia que un hombre trabajaba en una planta empacadora de carne, un día terminando su horario de trabajo, fue a uno de los refrigeradores para inspeccionar algo; se cerró la puerta con el seguro y se quedó atrapado dentro del refrigerador. Golpeó fuertemente la puerta y empezó gritar pero nadie lo escuchaba. La mayoría de los trabajadores ya se habían ido a sus casas, y era casi imposible escucharlo por el grosor que tenía esa puerta, llevaba cinco horas en el refrigerador al borde de la muerte. De repente se abrió la puerta, el guardia de seguridad entró y lo rescató. Después de esto, le preguntaron al guardia a qué se debió que se le ocurriera abrir precisamente esa puerta, si no era parte de su rutina de trabajo.
El explicó: llevo trabajando en esta empresa 35 años; cientos de trabajadores entran y salen de la planta cada día, pero él es el único que me saluda en la mañana y se despide de mí en las tardes. El resto de los trabajadores me tratan como si fuera invisible. Hoy me dijo "hola" a la entrada, pero nunca escuché "hasta mañana" -"Yo espero por ese hola, buenos días y ese chau o hasta mañana cada día.
Sabiendo que todavía no se había despedido de mí, pensé que debía estar en algún lugar del edificio, por lo que lo busqué y lo encontré".
Esto es la belleza del saludo!! y tomar en cuenta a todas las personas por igual. Todos somos importantes, a veces un poco de educación y tratar a los demás con respeto marcará la diferencia!! Te pueden salvar la vida
Bondad
Una vez un hombre muy afortunado había conseguido la mejor entrevista de su vida: Iba a entrevistar ni más ni menos que a Dios. Esa tarde el hombre llegó a su casa dos horas antes, se arregló con sus mejores ropas, lavó su automóvil e inmediatamente salió de su hogar.
Manejó por la avenida principal rumbo a su cita, pero en el trayecto cayó un chubasco que produjo un embotellamiento de tránsito y quedó parado. El tiempo transcurría, eran las 7:30 y la cita era a las 8:00 p.m. Repentinamente le tocaron el cristal de la ventanilla y al voltear vio a un chiquillo de unos nueve años ofreciéndole su cajita llena de chicles (goma de mascar). El hombre saco algún dinero de su bolsillo y cuando lo iba a entregar al niño ya no lo encontró. Miró hacia el suelo y ahí estaba, en medio de un ataque de epilepsia. El hombre abrió la portezuela e introdujo al niño como pudo al automóvil. Inmediatamente buscó cómo salir del embotellamiento y lo logró, dirigiéndose al hospital de la Cruz Roja más cercano. Ahí entregó al niño, y después de pedir que lo atendiesen de la mejor forma posible, se disculpó con el doctor y salió corriendo para tratar de llegar a su cita con Dios. Sin embargo, el hombre llego 10 minutos tarde y Dios ya no estaba.
El hombre se entristeció y le reclamo al cielo: - Dios mío, pero tú te diste cuenta, no llegué a tiempo por culpa del niño, no me pudiste esperar. ¿Qué significan 10 minutos para un ser eterno como tú? Desconsolado se quedó sentado en su automóvil; de pronto lo deslumbró una luz y vio en ella la carita del niño a quien auxilio. Vestía el mismo suetercito deshilachado, pero ahora tenía el rostro iluminado de bondad. El hombre, entonces, escuchó en su interior una voz que le dijo: - Hijo mío, no te pude esperar y salí a tu encuentro.
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