Marcelo Torres Cruz en Venzuela

Recorriendo Venezuela, fueron doce días, haciendo caminos, encontrando abrazos, estrechando manos y generando utopías, junto a Judith Bautista, amiga, sanadora y cantautora. Recorrimos varios lugares, dos personas que representamos dos proyectos diferentes en KairEd, con metodologías heterogéneas, que encuentran ecos en diversos lugares de esta Latinoamérica.

Cantamos, poetizamos, celebramos y creamos espacios litúrgicos donde brilla la fuerza de la esperanza, la fuerza del amor, la fuerza de la vida y la fuerza del encuentro.

Estuvimos en:

En Sanare, con aires revolucionarios, con personas que han construido un momento cambiante y muy latinoamericano, Fábrica de Pastas Popular Ocho de Marzo, espacio constituido por mujeres que se reflexiona, se piensan y animan la participación de la mujer y construyendo otra fábrica posible, con relaciones lineales, con responsabilidades compartidas, encontramos un colegio con la fuerza del movimiento popular.


Con Los hermanos del evangelio, quienes en la humildad propia del evangelio nos acogieron, abrieron su hogar y su cooperativa para mostrarnos la alegría multicolor de la construcción colectiva, de la fuerza de las manos campesinas que se reúnen para soñar, con una tierra limpia de plaguicidas y libre de dueños, donde se trabaja de manera alegre y colectiva.


Petare: donde la violencia y la muerte de jóvenes es el pan de cada día, las revoluciones deben construirse con cultura ciudadana, con respeto por los derechos de la otra y el otro y con mucha admiración por la vida, Didier estaba allí; en su consultorio, con sus pacientes , con sus amigos, recordando que Jesús también sano, curo, ese es Didier, sanador curador, quien se encuentra cada domingo con su comunidad, donde un grupo de niños y niñas lo recibe con los brazos y las almas abiertas, esos niños que buscan de una u otra manera escapar a la violencia de Petare.


Caricuao: lugar azotado por el invierno, con montañas caídas y con niños que no saben donde será su próximo hogar, nos encontramos con Gloria, educadora quien acompaña a su barrio junto a su amiga llamada la Gringa, Joven venida de Estados Unidos quien celebra la vida alrededor de un cumpleaños. Gloria nos recibió en su casa, llena de amor de su padre y madre, de cada uno de sus hermanos y su cuñada. El maternal cariño irrumpen los niños y las niñas para en su patio reunirsen a sentir el calor de un hogar, con juegos y recuerdos vivenciales desarrollamos una de las escuelas teopoética, donde cada niño escribió, al recuerdo al amor y a esas palabras que a veces faltan para hacer del camino de desolación un punto para hallar el amor.

Rafael Seijas: colegio humilde, fueron nombres y la grimas las que se juntaron para hacer florecer la vida, jóvenes incomprendidos por una revolución que no está pensada para los jóvenes, los cuales podrán darle la continuidad o darle sepultura, pareciese que el segundo camino es que se está labrando, aprendí: que las revoluciones se construyen con las miradas jóvenes, desde abajo hacia arriba. Fueron siete escuelas teopoéticas, donde cada quien escribió y releyó y se encontró con un rostro y una cualidad para escribirle a la vida, al amor y a la familia y fundar a partir de allí nuevas esperanzas.

Fueron muchos momentos, pero hay que dar gracias por alimento, por el calor de hogar que nos dieron, por el respeto, por nuestro trabajo construido, por la admiración proclamada en cada abrazo y en cada saludo, Venezuela continuamos apoyando tus luchas y liberaciones, las que realiza tu gente, esa gente humilde que aun cree en el amor de Dios y en su Reino.


Por Marcelo Torres Cruz